lunes, 2 de marzo de 2009

365días...

Las luces de casa estaban apagadas, todo desprendía una paz intranquila. Se acercó a la bañera y rozó el agua con los dedos. Estaba caliente, como a ella le gustaba. El repiqueteo de la lluvia le sonaba a melodía descompasada, pero le relajaba más que cualquier canción. Llevaba su camisa puesta, no pensaba quitársela. Encendió unas velas y se metió en la bañera.

Hacía exactamente 365 días que estaba sola. Mientras el agua caliente le reconfortaba un poco el alma su mente se llenaba de todos los acontecimientos que, en esos 365 días había sacudido su vida.

Cómo aquella persona con la que compartías el inicio de una vida en conjunto se había ido, sencillamente y sin explicación, te había abandonado sin dar justificación alguna. Se despidió el último día con un “te quiero” y se marchó para no volver jamás. No sabe dónde está, si le espera entre las nubes o sencillamente ha desaparecido, sólo sabe que está sola, que se siente muy sola y que está sumida en una especie de drama que no sabe cuánto le queda para terminar.

Poco a poco, fue hundiendo su cuerpo entre el agua hasta que se convirtió en una especie de feto ataviado con una camisa masculina. Intentó despejar la mente y dormirse, como fuera, estuvo más de un minuto debajo del agua hasta que ésa esperanza que a él le falto le hizo retornar a la superficie. Tenía demasiadas cosas que hacer y demasiada gente importante como para dejarla allí, en aquel valle de tinieblas.

Se quedó en la bañera, rodeada de velas y de lágrimas, preguntándose aún, tras 365 días de angustia interminable, por qué tenía que estar sufriendo.