sábado, 24 de septiembre de 2011

La caja de cerillas - Novena parte

Por fin, aquí os dejo el penúltimo capítulo, espero que os guste...


Intenté contactar al día siguiente con mi tío Daniel, pero mi madre (que ya había vuelto de su fin de semana en la playa, más morena que nunca, por cierto) me dijo que se había ido con Carmen, mi tía abuela, a Barcelona a visitar a María, la pequeña de los tres hermanos que había vuelto a Barcelona unos años atrás.

Ese mismo día, Lunes para ser más exactos, Guille me llamó apurado, comentándome que no podía acudir a aquella visita con mi tío porque su madre les había preparado un viaje sorpresa a la playa.
-No te preocupes Guille, mi tío está en Barcelona y no vuelve hasta el viernes – le dije
-Lo siento mucho Gabi, me hubiera encantado ir pero mi madre nos ha montado unas vacaciones familiares sorpresa – al decir eso su tono de voz cambió.
-No pareces muy emocionado ¿Cuándo vuelves?
-Justo el Viernes, la fiesta de Jorge ¿era el sábado, verdad? No tengo ganas de perderme esa fiesta por nada del mundo.
Nos despedimos con esa sensación extraña de quien tiene mucho que decirse pero no habla porque sabe que se complicarían las cosas. Guille y yo nunca podríamos tener nada, por mí, por él y por Lucía, y yo no quería convertirme en una Nuria que se entrometiera en su bonita relación y los jodiera, a ambos.

Mi semana en Córdoba la pasé con un calor insoportable y de una forma inesperada, con Lucía. Prácticamente todos los días quedábamos y nos tirábamos las horas muertas hablando. Aquella buena amiga que de un día para otro se había convertido en “mi enemiga” volvía a ser aquella chica simpática y dicharachera conmigo, ya que desde que Guille y ella habían empezado su “algo” nos habíamos distanciado. De vez en cuando salía el tema, y Lucía me instaba a que le contara cosas sobre él: que si se portaba bien conmigo, que si durante todos estos años siempre habíamos estado tan unidos, que qué sentía al saber que se iba a Sevilla, blablabla… Yo intentaba sobrellevarlo como mejor podía y le daba la mejor visión de mi amigo, pues eso es lo que se le da a una chica enamorada, pero ella siempre pedía más, hasta que un día, exploté:
-¡¿Bueno, ya vale no?! – le dije cuando me preguntó, por enésima vez en aquella semana, si Guille significaba mucho para mí. Lucía abrió mucho los ojos.
-Lo siento – me dijo, cabizbaja.
-No, perdóname tú a mí Lucía, no quería ser tan brusca pero esto de la universidad lo llevo un poco mal. Me voy a una carrera donde voy a estar sola y el único apoyo que tengo aquí es Guille y se va a Sevilla.
-Bueno Gabi, siempre nos tendrás a todos nosotros, la mayoría de la clase se queda aquí y en la universidad conocerás a mucha gente, no te preocupes - se levantó de la toalla y me dio un abrazo, cálido y sincero. No sé si fue ese abrazo o todo lo que estaba pasando pero me puse a llorar como una cría. Después de aquello Lucía y yo volvimos a ser las de siempre, después de aquella semana habíamos tomado color y retomado nuestra amistad.

Llegó el viernes, día en que llegaba Guille, pero yo tenía que enfrentarme todavía a la historia de mi familia, sola. Sólo mi tía Elena se había atrevido a comentarme algo más, pero no quería comentarle nada todavía a mi madre, puesto que ya sabía su reacción al hablar de ese tema y no quería que, por su enfado, no me dejara descubrir aquello que mi abuela quería que supiera.

Salí aquella mañana de viernes con el pretexto de ir a mirar tiendas, pero en realidad me acerqué al centro pero para otros menesteres. La noche de antes el teléfono sonó y oí como mi madre decía: “Vaya tío Daniel has vuelto antes, ¿cómo está tía María?”, así que supuse que ya habían llegado mis tíos de Barcelona.
Llevé conmigo las cartas de mi abuelo guardadas con cuidado en el bolso, junto con la invitación de boda y el anillo, no quería que mi tío abuelo me tomara por loca. Cuando subí, él y Carmen me esperaban con un detalle de Barcelona: un colgante con un círculo de cristal decorado con flores, parecían modernistas, era precioso. Se lo agradecí con un buen abrazo a ambos. Desde siempre, mi tío Daniel había sido la única familia que teníamos aquí, puesto que mis bisabuelos fallecieron cuando aún yo no había nacido.
Me ofrecieron desayunar (llegué a su casa cerca de las diez y media) y les dije que no, a pesar de todo mi tía salió de la cocina con un zumo de naranja y una tostada, terminé devorándolo como si no hubiera comido en siglos.

Después de comer, mi tío Daniel me formuló la pregunta que estaba esperando oír desde que entré por la puerta de su casa, nada de comentarios sobre el viaje, sólo una cosa:
-Dime Gabi ¿a qué viene tu visita? – como sabía que no existía la posibilidad de realizar una explicación escueta, saqué del bolso las cartas, el anillo y la invitación de boda y me quedé mirando fijamente a mis tíos. Ambos se miraron con media sonrisa en la cara:
-Así que ya lo sabes – soltó, de repente mi tía Carmen. Asentí con la cabeza para rematarlo con:
-Aún me faltan un par de cosas para ver el puzle completo y pensé que vosotros, que convivisteis con mi abuela y la conocisteis de verdad podríais echarme un cable, sobre todo tú – dije mirando hacia mi tío Daniel.

-Veamos – empezó a relatar Daniel – se supone que ya sabes que tu abuela “se fugó” el día de su boda porque nuestros padres, gente antigua como ninguna, le llenó la cabeza de pájaros diciéndole que no podía casarse con un hombre de su estatus. Desde que entró en casa Eduard no fue bien recibido, no sé por qué, pero yo me llevaba bastante bien con él.
También debes de saber que tu abuela era curandera y que una mujer le enseñó imágenes de tu abuelo con otra mujer, Nuria para ser más exactos. – pensé en ese instante que mi tío era también una especie de médium que podía leerme la mente – No te asustes Gabi, Elena me llamó anoche y me comentó todo y yo ya sabía que tu abuela quería dejarte ese secreto familiar desde antes de que enfermara. No se sentía orgullosa de como hizo las cosas y pensó que, si conocías su historia y te enamorabas, obrarías para tu bien, no como hizo ella. – Yo me quedé a cuadros, pero mi tío siguió hablando - Bueno, te voy a contar todo desde el principio, saltando algo por encima las partes que ya conoces, para que cojas la moraleja de la historia. No culpes a tu madre o a tu tía por no haberte querido contar esto antes, siempre respetaron a tu abuela y conocieron a tu abuelo, tarde y mal como todo lo que hicimos en esta vida, pero al menos se perdonaron y hoy en día pueden vivir tranquilas.
Bueno, te dejo de contar culebrones y voy al “meollo” de la cuestión: corría el invierno de 1955, yo era un jovenzuelo de 19 años y tu abuela una hermosa chica de 17, mientras que tu tía María, con 9 años, aún jugaba a saltar la cuerda con sus amigos. Gabriela y yo trabajábamos en una fábrica textil del barrio de Sant Antoni en Barcelona (algún día te tengo que llevar, te encantará) y tu abuelo Eduard era el hijo del jefe de la fábrica, venía de una familia de empresarios que se remontaba al siglo pasado.
Al principio nos pareció un niño mimado y fanfarrón pero, con el paso de los días, un grupo de trabajadores y él nos hicimos amigos, muy buenos amigos. Aún recuerdo quienes éramos: Eduard, tu abuela, Carmen también andaba por allí – cogió la mano de mi tía y la apretó fuerte – Jordi, Carlos, Rosa y Nuria también venía con nosotros de vez en cuando.
Desde primera hora Eduard cortejó a tu abuela, pero ella se hacía la dura, aunque luego me confesaba a escondidas haciéndose la despistada que ese chico tan mono, el hijo del jefe, le parecía muy simpático. En abril, justamente el día de Sant Jordi, tu abuela y Eduard empezaron a salir, fueron tiempos felices para todos. Carmen y yo estábamos prometidos después de casi tres años de noviazgo – volvió a mirarla y a sonreír – y Eduard y Gabi estaban en esa época en la que todo lo de la otra persona te parece perfecto, aunque Eduard tuviera un moco pegado en la cara tu abuela seguía diciendo que era guapísimo. -No pude evitar echarme a reír, no esperaba que un hombre de su edad bromeara con tanta soltura, supongo que no debo prejuzgar a nadie – El verano de 1955 lo pasamos prácticamente todo el grupo de amigos juntos, trabajando en la fábrica, en la playa de la Barceloneta y saliendo por las Ramblas por las noches. La verdad que tus bisabuelos nos echaron muchas broncas en esa época –dijo, sonriendo para sí.
>>Tus bisabuelos, no sé por qué, tenían ciertas reticencias con aquel chico de buena familia. Lo que para cualquier padre sería un orgullo de yerno, para ellos era un aprovechado y mujeriego que sólo quería retozar un rato con su hija. Ellos eran gente de campo, de un pueblo cercano a aquí, de Almodóvar, y llegaron a Barcelona recién casados, llenos de miedo y para buscar trabajo. Todo fue bien en la fábrica, ellos también trabajan allí pero en otro módulo, y siempre me habían dicho que querían volver a su casa, a Córdoba y seguir con el cortijo que los padres de tu bisabuelo tenían cuando éstos pasaran a mejor vida. Yo creía que decían estas cosas con la típica melancolía con la que hablan los padres, pero en cuanto vieron que las intenciones de Eduard con tu abuela eran más serias y en cuanto empezaron a montar la boda por su cuenta, con la ayuda de los padres de Eduard, ellos aceleraron la marcha: se despidieron de la fábrica y sacaron billetes para todos (incluida Carmen, que se casaría conmigo un mes después) sin decirle nada a tu abuela Gabriela. Y al final terminaron trabajando en Córdoba, dejando por hacer el sueño de cuidar el cortijo.
>>Nunca aprobé eso que le hicieron a tu abuela, pero a ella también la llevaron a aquella vieja bruja que le enseñó no sé qué imagen y salió corriendo con el rabo entre las piernas y embarazada de gemelas. Fue cobarde y es algo que le he dicho siempre.
Por otra parte tu abuelo se descolocó tanto como yo, por mucho que tu abuela me diera explicaciones yo no le veía el sentido a aquello, por qué no se podía haber quedado con él, si estaban prácticamente casados. Lo que tu abuela vio en casa de aquella mujer fue el futuro, cuando Núria apareció en su vida fue después de que tu abuela se marchara. Supongo que por despecho, o por la lástima que sentía por la muchacha decidió salir con ella, aunque nunca llegaron a prometerse ni a tener hijos. Tu abuelo seguía escribiendo cartas (yo le pude facilitar las direcciones) a Gabriela y Núria, como vio que aquel hombre nunca sentiría nada por ella, un día cualquiera de 1959 cogió la puerta y se largó para no volver jamás.
Eduard nunca perdió la esperanza de volver con Gabriela y, cuando nuestros padres fallecieron, el bisabuelo Martín en 1958 y la bisabuela Daniela en 1961 y él se enteró, me dijo que quería ir a Córdoba a ver a Gabi. No se atrevió antes porque no quería causar más problemas.
-Un momento, un momento – le interrumpí - ¿has dicho que te lo contó a ti?
-Sí – cuando vio mi cara se explicó – Gabi, tu abuelo nunca hizo nada malo, yo no perdí el contacto con él y, mediante carta o por teléfono siempre nos llamaba a Carmen y a mí para preguntar por las niñas y por tu abuelo. Nosotros creemos que ella fue muy dura, y que se creyó lo que la anciana le mostró, quizá porque su madre la predispuso a desconfiar de Eduard.
-Bueno, entonces continúa, al final qué pasó, ¿volvieron a verse? – Mi tío asintió con la cabeza.
-Ahí es donde voy, tu abuela ha querido que supieras esto para que no metieras la pata como lo hizo ella en su momento, ni perdieras el tiempo como hizo ella también, para que si encuentras un amor de verdad como ella hizo, no te dejes comer la cabeza por otros, ni siquiera por ti misma. – Sólo me venían imágenes de Guille y de cómo había malgastado todo este tiempo. – Gabi, Eduard volvió a por tu abuela, diez años después. Se instaló aquí en Córdoba y tu madre y él vivieron como una pareja de hecho. El problema es que tu abuelo enfermó al poco tiempo, un cáncer como hoy conocemos, que se lo llevó en un par de años. La actitud de toda la familia con ella, incluso sus propias hijas, es un enfado ante la postura que escogió en su juventud. Es algo que siempre le hemos reprochado, por eso ella quiere que tú ahora no hagas lo mismo, es algo a lo que le tenía pánico.

Me quedé pensando un buen rato, recordé, después de toda aquella cantidad de informacióne la fiesta de Jorge. Me despedí rápidamente de mis tíos, les agradecí todo lo que me habían contado y volví a casa para prepararme, cuando llegué era la hora de comer y no pude subir al cuarto hasta la hora de la siesta. El ordenador estaba encendido y con una conversación de Lucía abierta, que rezaba así:
> Hola!, Gabi? Estás ahí? Bueno, supongo que no, en fin, llevo toda la semana intentando decirte algo, pero me parece tan estúpido que creo que nos vas a matar, a Guille y a mí. – “estáis saliendo”, pensé, antes de leer nada– Todo lo que hemos montado este tiempo Guille y yo es mentira, no nos gustamos, somos colegas y él es un buen chaval, pero yo estaba harta de verlo sufrir por ti e ideé esta tontería de plan para que empezaras a darte cuenta de lo mucho que él te quiere. No sé si habrá funcionado, o si tú no sientes nada por él, pero dile algo por Dios, y pronto, porque se va a Sevilla con la certeza de que ha metido la pata contigo hasta el fondo.
Esta noche nos vemos y hablamos. Perdóoon mil veces por todo lo que he liado,
Un beso.


Me quedé petrificada en la silla. “Este se entera” me dije pensando en Guille, con una mezcla de felicidad y mosqueo y con esa actitud me dispuse a ir a la fiesta.

domingo, 11 de septiembre de 2011

La caja de cerillas - Séptima parte

Continuamos con nuestra pequeña aventura....


Al día siguiente de aquella “cita” (porque para mí lo había sido) con mi mejor amigo no me levanté de la cama hasta el mediodía. Era sábado y aquel fin de semana mis padres se habían ido a la playa hasta el lunes, así que decidí remolonear en la cama hasta que no pude más. No paraba de darle vueltas a lo que Guille me había dicho mientras cenábamos y en la cara de felicidad que ponía mientras hablaba de Lucía. Reprimí todo lo que pude aquella angustia y me levanté de la cama, me preparé una pizza y me dediqué a comerme durante el resto de la tarde toda la reserva de helado de chocolate con cookies que había en mi casa.
Tenía el portátil encendido y a toda leche con mis canciones favoritas y, no sé por qué, cuando My Chemical Romance empezó con “I’m not okay (I promise)” me sentí tan mal conmigo misma que empecé a lloriquear como una niña pequeña. Me vi reflejada en el espejo de mi habitación y no pude hacer otra cosa que sentir pena. Me había tenido que dar cuenta en ese mismo instante de lo que sentía por mi mejor amigo, estaba cumpliendo a rajatabla el maldito dicho de “nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”. Él mismo me lo había advertido todo sobre Rober y no le había hecho caso, él era el que estaba siempre a mi lado, hasta ahora. Continué llorando como una magdalena hasta que sonó el teléfono de mi casa. Como pude, quité la música y, al coger el teléfono, mi voz intentó sonar lo más normal posible:
-¿Hola? – pregunté extrañada.
-Hola Gabi, soy Guille – “mierda” pensé, “eres tú” – sólo quería preguntarte cómo estabas, es que anoche…verás te vi algo distraída, dime ¿te pasa algo conmigo Gabi?
En aquel instante se me ocurrieron miles de respuestas, unas más ingeniosas que otras pero todas con un mismo cometido, pero preferí responder con un simple:
-Nada Guille qué me va a pasar – intenté sonar lo más despreocupada posible, y, por su respuesta, mi teatro hizo el efecto deseado.
-Ah, bueno, pensé que tenías algún problema con lo de tu abuela, ¿quieres que te ayude en algo? – En aquel momento respiré hondo, qué fácil era engañar a un chico en ese aspecto, Guille no se había dado cuenta de todo lo que me pasaba con él, y lo prefería así, no quería hacerle daño ni a él ni a Lucía.
-Ahora mismo tengo un montón de cosas que ya empiezan a tomar sentido, pero no sé cómo contactar con mi abuelo Guille, no sé ni siquiera si está vivo. – Al cambiar de tema me sentí mucho más segura y decidí que ya era hora de dejarse de tonterías y de ser la Gabi de siempre – ¿te apetecería venir a casa a echarme una mano? – le pregunté sin más.
-Por supuesto – Guille colgó al poco rato y durante nuestra conversación no me había dado cuenta de que tenía el chat abierto y de que la ventana de “Lucía Márquez” estaba abierta, con un “hola guapa! ” a modo de saludo. Le respondí al saludo y, sin más, Lucía empezó con una retahíla de dudas sobre Guille: si creía yo, que era como su hermana (“¡¡¡mierda, mierda, mierda!!!”), que Guille era un buen chico para ella, que si le gustaba de verdad o sólo la quería para algo menos serio…. Y así, media hora de topicazos sentimentales que yo respondí como buena amiga con lo típico: “es un buen chico y te quiere de verdad” o la peligrosa pero no menos convincente “anoche cuando estuvimos cenando me dijo que le gustabas mucho y que eras un encanto”. Tardó mucho en contestar, no sé si porque se había puesto a gritar como una loca por los celos o porque estaba ilusionada de emoción, no quise ser malpensada y me decanté por lo segundo. Un “ooooh qué mono :D” fue toda su respuesta, así que fue un acierto no pensar mal de ella, supongo que el hecho de ser una hermana para Guille tranquilizó a la insegura de Lucía.
Me despedí de ella como pude, ya que no paraba de hablar todo el rato y de preguntarme consejos, y empecé a recoger el cuarto para que Guille no volviera a reírse de mí. Me cambié el pijama y me puse algo más decente, justo cuando iba a tirar la basura apareció Guille, con su casco aún en la cabeza, pegué un grito y casi me caí al suelo, pero mi buen amigo me agarró del brazo para que no me cayera como una boba.
Se quitó el casco y el pelo se le cayó por la frente, despeinado, cómo me gustaba: “oh mierda no empieces Gabi”, me dije mientras intentaba controlar mentalmente mis sentimientos hacia él.

Después de tirar la basura volvimos a casa y, sobre la mesa del salón puse todo lo que mi abuela me había dejado en vida y en lo que sea que se hubiese convertido ahora. Las cajas, las fotos, las cartas, el anillo, el libro y la invitación de boda. Con todo aquello supuestamente tenía que resolver el misterio de mi abuelo. Guille empezó con la caja de cerillas, la “culpable de todo”.
-¿Qué haces? – le pregunté
-Gabi, creo que tu abuela quiere que repases todo lo que te ha dejado. Me parece que el anillo y la invitación de boda nos dicen ya muchas cosas, pero nos falta algo, algo que una la felicidad de la foto de 1955 con la tristeza de tu abuela en la foto de 1956. – me respondió muy seriamente. Parecía que se estaba empezando a tomar en serio este tema, y me gustaba que fuese así.
Dejé a Guille abriendo todos los paquetes de cerillas de la caja de hojalata, intentado buscar algo más: “si tú has sacado un anillo, qué no podré sacar yo” me dijo con sorna y con una sonrisa que casi me derrite.
Deseché de mi cabeza todo pensamiento amoroso hacia él y me enfrasqué en “nuestra investigación”, como había bautizado Guille esta aventura. Miré y remiré el anillo, dentro, encontré de nuevo las iniciales de mis abuelos: “G.E.”. Dejé el anillo en la mesa y cogí la invitación de boda, era sencilla y elegante, muy bonita.
Gabriela Serra y Eduard Ferrer
Os invitan al enlace que se celebrará en Barcelona,
en la Iglesia de San Felipe Neri el día 18 de Agosto
a las diez de la mañana. Esperan vuestra confirmación.


Parecía que todo estaba preparado para el evento, no entiendo por qué mi abuela acabó aquí, en Córdoba, sola y criando a las hijas que supuestamente su propio marido había engendrado. Decidí coger el libro de Saramago y empezar a remover las hojas en busca de algo más, aunque ya me estaba empezando a hartar de tanto misterio.
-Gabi ten cuidado – me dijo Guille, de repente, mientras guardaba las cerillas sin nada nuevo.
-¿Por qué? – Guille señaló el libro que sostenía con las manos mientras que de una de sus partes sobresalía algo de papel. Se sentó conmigo en el sofá mientras yo intentaba averiguar qué me había guardado mi abuela en aquel libro, además de su invitación de boda.
Guille y yo nos mantuvimos callados, expectantes y emocionados, como si estuviésemos aun abriendo un e-mail para saber nuestra universidad de destino. La carta tenía como destinataria a mi abuela y la dirección de su casa en Córdoba. Abrí el sobre y empezamos a leer la carta, prácticamente al unísono:



Barcelona, 18 de Agosto de 1956
Querida Gabi,
Son casi las diez de la noche y aún me pregunto dónde te has metido. No sé dónde enviarte esto, no sé ni si quiera si sigues en Barcelona o te has marchado de aquí. ¿Por qué no has llegado a la iglesia? Yo te quiero y no sé por qué me has hecho esto, delante de mi familia y todos nuestros amigos. Gabi, no entiendo por qué no has venido a la iglesia, por qué me has dejado plantado, si ayer por la noche estabas tan feliz y te veía tan convencida de todo lo que íbamos a hacer.
Estoy desconcertado, no sé qué escribirte porque no sé qué te ha pasado en estas doce horas para que cambies de opinión tan radicalmente y no aparezcas el día de tu boda, no sé qué decirte, de verdad.

Enviaré esta carta a tu dirección, aquí en Barcelona, para que te la remitan donde quiera que estés. Yo estaba dispuesto a darlo todo por ti y a pasar el resto de mi vida contigo, no sé por qué me has hecho esto Gabi, yo te quiero.

Eduard Ferrer



Guille y yo nos miramos extrañados pensando cómo una mujer podía huir de un hombre del que supuestamente estaba tan enamorada de un día para otro.
-Mira Gabi, me parece que tenemos más cosas que leer – mientras Guille me decía esto, señaló el sobre, tirado en el suelo, con una carta algo más grande que sobresalía del sobre. La emoción no me había dejado verla y me había centrado tanto en la primera, que casi no me podía creer que estuviera leyendo algo que había escrito mi abuelo hacía más de medio siglo. Cogí la primera carta y la guardé mientras sacaba el otro pliegue, algo más nuevo que el anterior y empecé a leerlo con Guille:

Barcelona, 20 de Febrero de 1960
Querida Gabi,
Te envío esta carta a tu dirección en Córdoba remitiéndote la pequeña carta llena de confusión que te escribí, cuatro años atrás, para que te des cuenta de que no te estaba mintiendo la última vez que te llamé por teléfono, hace sólo unos meses, cuando por fin pude contactar contigo. Te escribí desconcertado, porque no sabía que te había movido para que te marcharas así, tan de repente y en un día tan importante.

Llevas engañada todos estos años por tus padres, porque ya sé toda la historia Gabi, todos estos años Rosa, tu mejor amiga, te ha guardado el secreto, pero el otro día no pudo más y cedió a mis ruegos así que ya lo sé todo. No sé cómo pudiste creer que me estaba viendo con Núria mientras preparábamos nuestro enlace y no sé cómo pudiste creer que me habían visto paseando con ella varias veces por el Parque de la Ciutadella, agarrados de la mano y haciendo Dios sabe el qué te habrían contado.
Sabía que tus padres no aprobaban lo nuestro, no confiaron en mí nunca, pero no pensaba que fuesen capaces de hacer cómplices a la propia Núria, que la noche de antes del enlace lo confirmó todo entre sollozos, según me contó Rosa.
Lo más curioso es que unos meses después de que te fueras, Núria vino a casa y se declaró, entonces no comprendía el por qué, pensaba que había sido un arrebato pasajero pero luego, al conocer toda la historia, entendí que Núria intentó actuar en su propio beneficio, lo que no sabía era que yo estaba lo suficiente dolido y confundido a la vez como para pasar sólo todo este tiempo.

Ahora que ya sabes toda la verdad y que te sigo esperando aquí me gustaría preguntarte cómo están nuestras hijas, porque ya sé que tuviste un par de gemelas tan guapas como tú. Durante los meses siguientes a tu desaparición te envié todas aquellas pequeñas notas compinchado con tus hermanos, Daniel y María, ellos eran los encargados de que tus padres no supieran que yo me seguía comunicando contigo, a pesar de que no obtuviera nunca una respuesta por tu parte.

Sé que ahora puedes estar confundida pero sólo quiero decirte que te sigo queriendo y que espero que algún día entiendas que no fue culpa mía, que yo también fui una marioneta con la que jugaron a su antojo. Sólo quiero que sepas que tengo muchísimas ganas de conocer a Isabel y a Elena y si hace falta soy capaz de irme allí contigo para intentar hacer todo lo que no nos dejaron cuatro años atrás, sólo hace falta que me lo digas, que me avises y haré las maletas para partir y quedarme contigo, para siempre.

Eduard Ferrer


-Tengo que hablar con mi tía – dije al terminar de leer la carta – ella nos dirá todo lo que nos queda por saber y saber el desenlace de todo esto. – Guille asentía mientras yo le hablaba, parecía estar dispuesto a seguir conmigo hasta el final.


Es el turno de la señorita Casper :)

más en
casperlandiia.blogspot.com