lunes, 22 de agosto de 2011

La caja de cerillas - Tercera parte

Aquí sigo con nuestra pequeña fantasia literaria compartida con mi querida compi de escritura, María Casper, espero que sigáis disfrutando con esta historia....



Quedé con Guille en la Judería para pasar la tarde en una de nuestras teterías preferidas. Nada mejor para una resaca como echarse en uno de esos cómodos sofás llenos de cojines para hincharte de batidos y dulces, eso sí, a eso de las ocho puesto que a finales de Junio el verano se estaba dejando ver con ganas.
Llegué a la mezquita, lugar de quedada habitual y me dispuse a esperar a mi amigo escuchando música. Mientras Robyn empezaba a cantar su “Be Mine” apareció Guille por una de esas tortuosas callejuelas que tanto encantaban a los turistas (y a mí) para perderse.
-Perdón por el retraso, pero si no recogía mi habitación mi madre me ha amenazado con dejarme encerrado en casa hasta Año Nuevo. - Guille era así, daba igual que su madre le estuviera echando la bronca, él siempre tenía algo bueno que sacarle a los problemas.
-No te preocupes – le contesté – pero venga, que tengo mucho que contarte.

Después de acomodarnos y pedir un buen surtido de dulces y batidos me dispuse a relatar a mi colega las aventuras de la noche anterior y mi encuentro “paranormal” con la caja de mi abuela. Guille me espetó:
-¿No seguirías borracha, verdad?
-NO! Guille, por Dios!
-Eres la nueva Courtney Love – bromeó.
-Sí, solo que no tengo un Kurt con quien compartir adicciones.
-Gabi no empieces con eso – Guille me miró, pero ya no había un atisbo de sarcasmo en su mirada, me miró seriamente – No me gusta Rober y lo sabes, es un chulo que sólo te quiere para lo que todos sabemos. ¿Sabes que en el baño de tíos del instituto tiene una pared donde cuenta a las tías que se tira? Es un fantasma y de los buenos, no como el tuyo.

Pasaron unos segundos hasta que volví a hablar, Guillermo tenía razón, pero conmigo no se comportaba de esa manera, y aunque me moría de ilusión por contarle que me besó preferí seguir con el tema paranormal.
-Mi fantasma –continué – es de verdad y sino ven conmigo a casa y lo compruebas.
-¿Sesión de espiritismo a plena luz del día?
-¡Anda ya! – Le contesté – no digas tonterías, no vamos a llamarlo ni nada, si con sólo abrir la caja me pasaron un montón de cosas.
-A lo mejor será porque tu abuela te quiere decir algo.
Miré a Guille y vi como aquel mocoso que intentaba cortarme el flequillo en la guardería y con el que compartí tantos bocadillos en el patio se había convertido en todo un hombrecito (expresión propia de cualquier abuela, pensé para mí misma), y bien parecido: pelo revoltoso y negro y unos ojos color miel que él aseguraba que eran de un color de mierda pero que yo siempre los había encontrado preciosos.
-Vas a tener que acompañarme, creo que me vas a ser de buena ayuda – Le dije, y así, en cuanto le pegamos el último bocado a nuestra merienda oriental volvimos a mi casa.

Con el pretexto de invitar a cenar a Guille por mi cumpleaños (lo del día anterior había sido una reunión femenina) entró mi mejor amigo a casa para hacer una sesión “al más puro estilo Sobrenatural”, como él mismo bautizó. No sabía si debía disparar a lo que se me apareciese con sal o empezar a buscar en bibliotecas guías sobre cómo comunicarte con el más allá, pero sentía que, en el fondo, esto me estaba pasando por alguna razón.

Aquella noche me sentí extraña. Mientras cenábamos con mis padres tuve una sensación de nostalgia inmensa ya que, aunque la selectividad nos había ido bien a los dos creía que de un momento a otro nos darían las notas de corte y, con nuestra mala suerte habitual, nos mandarían a cada uno a una punta de Andalucía a estudiar en la universidad. No sé, me dio la sensación de que ése era uno de los últimos momentos que viviría con él.

Dejé la nostalgia a un lado después de la cena e invité a pasar a mi habitación a Guille.
-Bonitas bragas – me dijo mientras cogía mi ropa interior con un bolígrafo.
Después de una ristra de insultos a su persona y algunos miembros más de su familia me dispuse a poner en el escritorio de nuevo las cajas y la fotografía que hacía ya prácticamente nueve años que tenía en mi haber. Le conté a Guille toda la historia: la muerte de mi abuela, los regalos y cómo me encapriché de alguna manera de aquella fotografía. Cogí la llave y abrí el cofre, le enseñé la palabra en latín y nada.
-“Desidium” – leyó Guillermo en voz alta – Significa deseo en latín.
-Lo sé y no sé por qué tiene que estar grabado justo en esa caja.

Continué con el ritual y abrí la caja de cerillas. Nada. Monté un altar improvisado con los regalos de mi abuela y unas cuantas velas, nada. No pasaba nada, ni un soplo de aire frío en pleno junio, ni una puerta que se cerrase, ni el olor de azahar, nada que se pareciese a un evento paranormal que hiciera constatar que mi abuela estaba allí. Guille empezaba a mirarme con cara de pena y yo me estaba empezando a plantear si me estaba volviendo loca, o si debía de empezar a dejar de mezclar el vodka y el tequila.
Desilusionada, acompañé a Guille hasta la puerta, atravesando el jardín de mi casa. Guille se puso su casco negro y salió pitando de allí en su Vespa roja, como si me tuviera miedo.

Mientras volvía dentro de casa, me estaba empezando a plantear si lo de aquella mañana había sido una alucinación cuando, de repente, se oyó un estruendo que parecía provenir del piso de arriba. Subí corriendo a mi cuarto con el corazón casi asomando por la boca cuando lo vi, allí estaba la caja de galletas, el cofre y la foto de mi abuela desparramados por el suelo. No daba crédito a lo que acababa de suceder, las cerillas, la foto, las cajas, todo estaba cubriendo el suelo de mi habitación como una alfombra. Además, las velas se habían apagado dejando una masa de humo cubriendo mi cuarto.
Lo recogí todo y volví a dejar las cerillas en su caja de hojalata, no sin antes darme cuenta de que, en uno de los laterales de esa caja había algo, otra vez esas dichosas letras: “G.E.”. Esas letras repetidas en ambas cajas me empezaron a dar que pensar. A lo mejor Guille tenía razón y mi abuela quería decirme algo.
El cofre no había sufrido ningún daño afortunadamente, no me perdonaría romper algo que me había legado mi abuela. El problema llegó con la fotografía, el cristal se había roto dejando a aquella imagen desprotegida así que me dispuse a recoger todos los pedazos que habían caído al suelo. Era una foto bastante grande y se había descolocado un poco del marco, por lo que le quité todos los cristales que pude y la abrí por la parte trasera y entonces ocurrió. Se desparramaron por mi habitación la fotografía familiar, una nota doblada hasta el infinito y otra fotografía de una pareja en la playa. Esa foto era mucho más pequeña y estaba algo borrosa, pero podía distinguir perfectamente a mi abuela en un bañador a rayas y un gorro, agarrada del brazo de un chico joven moreno y con una sonrisa de oreja a oreja. “Hacen buena pareja” pensé, eran los dos guapos y parecían vivir un momento muy feliz de sus vidas. Esa foto me daba buenas vibraciones, no como la que la tapaba. Le di la vuelta a la imagen de la pareja y corroboré mis sospechas: “Eduard y Gabi. Barcelona, Julio, 1955”. En aquel momento me acordé de la nota que había dejado caer y la abrí, para ver si me aportaba algo más de información a aquel extraño día:

“Querida Gabi,
Espero que disfrutes de los dulces que te envío, son Ametller,
ya sabes, esos que tanto te gustaron cuando estuviste aquí.
Te echo mucho de menos, por favor vuelve.”

No había firma ni nada que hiciera saber de quién era aquella nota, pero supuse que se trataba de la caja de hojalata ya que aún se podía leer algo de aquel apellido catalán de pastelero. Miré también la foto familiar de mi abuela y la giré para ver si encontraba algo más que diera luz a aquella incógnita que se estaba empezando a cernir sobre mí. Nada, tan sólo una descripción de los miembros de la foto y el año en que se tomó: “Familia Sánchez. Martín y Rosario. Gabriela, Daniel y María. 1956”.
Limpié mi cuarto de cristales y abrí la ventana para que entrara un poco de aire, ya que el humo de las velas me estaba dejando la garganta echa un asco. Puse la foto de mi abuela y su familia en mi estantería y decidí guardar la foto misteriosa y la nota en el cofre. Me colgué la llave en el cuello para asegurarme de que nadie (de carne y hueso) abría aquel secreto que me acababa de descubrir Dios sabe quién. Entonces recapacité y fui consciente de que entre ambas fotos había un año de diferencia, pero se notaba que en ese transcurso de tiempo a mi abuela le debió de ocurrir algo que turnó su sonrisa en una expresión seria y carente de felicidad.


más en casperlandiia.blogspot.com

Saludos :)

3 comentarios:

  1. Os tengo un regalito, mirad mi blog ^^

    Revelando hechos puntuales (1)

    ResponderEliminar
  2. xD dan juego si... pero lo he hecho en plan como desvelando algún pasado de la caja de vuestra historia ^^

    ResponderEliminar